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ashington DC y muchas capitales del mundo se están reabriendo al público al ritmo de los caprichos de las estaciones del año y de lo que algunos analistas describen como la geopolítica de la "diplomacia de las vacunas". Tras meses de confinamiento y con muchas lecciones aprendidas, la llamada nueva normalidad se va abriendo camino gradualmente mientras la luz al final del largo -demasiado largo- túnel se hace cada vez más palpable. Y la diplomacia, sin dudas una de las profesiones más afectadas por la pandemia, está volviendo también al centro de atención.

To read this article in English, click here.

Líderes mundiales, funcionarios, diplomáticos, representantes de la sociedad civil y del sector privado están regresando a la escena mundial, la mayoría de ellos sin barbijos, para conversar e interactuar nuevamente cara a cara con una gratificante sensación de recuperación y, sí, entusiasmo. La Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, no podría haberlo expresado mejor cuando concluyó, después del primer viaje oficial del presidente Biden al extranjero, que "no hay nada que pueda reemplazar a la diplomacia en persona".

Por supuesto, el ritmo es más lento y las expectativas proporcionalmente más altas en otros rincones del mundo que aún esperan la inmunización masiva y mejores climas, pero el hecho es que la diplomacia presencial está volviendo a la normalidad, de manera lenta pero constante, mientras coexiste con la virtualidad impuesta por la pandemia durante los meses de confinamiento.

La diplomacia híbrida es el neologismo recientemente acuñado para definir a esta nueva combinación de virtualidad y diplomacia en persona, aunque su carácter reciente no impide acalorados debates sobre si ambos mundos coexistirán y cómo lo harán.

Gran parte de esta controversia convivencial se relaciona con el efecto devastador de la pandemia en la diplomacia. El activo más preciado de la diplomacia, una disciplina esencialmente cara a cara, le fue arrebatado por el COVID-19: la dimensión humana para establecer relaciones en persona y, con ello, la confianza y empatía necesarias para construir los puentes entre sociedades para los cuales los diplomáticos están formados y tienen la misión de fomentar.

Cuando la pandemia golpeaba con mayor fuerza, los diplomáticos se vieron obligados a recurrir masivamente a las herramientas digitales, en muchos casos explorando esas herramientas por primera vez y, sin darse cuenta, promoviendo la aceleración de la diplomacia digital como nunca antes. La diplomacia no sólo tuvo que adaptarse sino resistir, al mismo tiempo que concentraba toda su energía en la salud, la ciencia y la tecnología como temas prioritarios para resolver el flagelo mundial, bilateral y multilateralmente. A pesar de las limitaciones iniciales, la digitalización demostró ser un medio oportuno y disponible para facilitar la interacción, ya sea bajo los auspicios de la OMS, OPS, G20 y todo otro foro que pasó a llamar, con sensatez, la atención sobre la necesidad de trabajar juntos contra el COVID-19.

A lo largo del proceso que va de la adaptación a la adopción, la pandemia enseñó muchas lecciones a los diplomáticos. La virtualidad resultó ser una herramienta útil, después de todo. Las cancillerías, las embajadas y los propios diplomáticos están de acuerdo, en general, acerca de sus méritos, a pesar de alguna reacción adversa inicial (no me atrevería a llamarla "desprecio", sin embargo) centrada principalmente en las limitaciones que imponía tener que trabajar en un mundo en pantallas.

La mayoría de los diplomáticos coincidía antes como lo hace ahora en que es realmente difícil iniciar una relación en línea, "leer la sala", transmitir ciertos mensajes reservados en una pantalla con cuadritos en forma de mosaico (más allá de funciones de chat privado) o tener la valiosa oportunidad de "hacer una pausa de cinco minutos” para sumergirse en el sofá de la sala contigua y explicarle a su colega los verdaderos límites de su posición y que dicho colega describirá más tarde a sus autoridades como las “líneas rojas” en la negociación en juego.

Sin embargo, al mismo tiempo, todos concuerdan en los “efectos colaterales” positivos que deparó la pandemia, como la posibilidad de sumar a más personas a la conversación (siempre que resulte necesario, incluidos funcionarios desde sus capitales, debidamente informados con antelación). La virtualidad también les permitió resolver con rapidez los detalles técnicos o preliminares de una reunión durante encuentros en línea que habrían durado años de haberlo hecho en persona. Y también ayuda a los diplomáticos a continuar conversando mientras esperan que tenga lugar esa reunión de alto nivel que será la cereza del postre que corone -con suerte, de manera presencial- tantos esfuerzos realizados en pantalla y fuera de ella.

Los beneficios de la virtualidad también son muchos en materia de diplomacia pública, es decir, aquella parte de la labor diplomática que no está dirigida a contrapartes oficiales sino a las sociedades con las que los diplomáticos también dialogan virtualmente para promover lo mejor de su cultura nacional, su turismo, el comercio y todo otro campo bendecido por el “poder blando” sus países. Además de haber migrado festivales de cine a formatos digitales y muestras de arte a plataformas virtuales interactivas, algunas embajadas hasta se aventuraron a realizar degustaciones de vino en vivo y en línea, luego de horas de trabajo preparatorio y coordinación extrema para poder asegurar que los clientes potenciales se sumaran a la hora indicada a la misma pantalla en que los esperaba un productor de vino, conectado desde su viñedo en las tierras del Malbec argentino, mientras distribuidores locales ayudaban a los participantes a saborear digitalmente las virtudes de los elixires que estaban probando en sus casas y que habían recibido por correo con debida anticipación, por supuesto.

La diplomacia pública ofrece un terreno muy fértil para los formatos virtuales ahora que los diplomáticos están mejor equipados digitalmente, tanto que hasta la Inteligencia Artificial y la Realidad Aumentada ya no son campos "inexplorados" en algunos ministerios de relaciones exteriores más familiarizados con el desarrollo tecnológico. Un creciente número de diplomáticos de todos los rangos se ha sumado a las redes sociales, ahora que las reglas y los protocolos de uso son más claros y los beneficios más palpables que nunca. De hecho, como coincide gran parte de los debates académicos, el uso de las redes sociales resultó clave en la asistencia consular durante la pandemia, permitiendo a los diplomáticos no sólo mantener informadas a las comunidades las 24 horas del día sino, en algunos casos, ayudarlas directamente a través de mensajes automatizados y chatbots que se combinaron con la interacción humana.

Aun a riesgo de controversia, la acelerada digitalización durante el pico de la pandemia también ha convencido a muchos escépticos de que el uso de la tecnología en la diplomacia no se vincula tanto con una cuestión generacional sino, más bien, con una brecha institucional o tecnológica relacionada con la existencia de una cultura de innovación dentro de las filas de la diplomacia. No solo los jóvenes profesionales sino los diplomáticos más experimentados tienen perfiles públicos en redes sociales; todos dialogan con sus contrapartes oficiales así como con las sociedades en las que viven temporalmente. Los diplomáticos de más alto rango han estado "migrando" hacia la diplomacia digital en estos últimos años, para recurrir a las categorías que estableciera Marc Prensky sobre el relacionamiento con la tecnología, al mismo tiempo que nacían nuevas generaciones de “nativos digitales” que, ya hoy embajadores, no tuvieron necesidad de enfrentar experiencias transfronterizas digitales.

La diplomacia pudo sobrevivir al confinamiento impuesto por la pandemia y tiene una deuda de gratitud con la digitalización. La migración a la virtualidad permitió que la maquinaria diplomática siguiera en funcionamiento, aun cuando algunas prácticas y ritos no estuvieran completamente a gusto. La conversación siguió fluyendo, se alcanzaron acuerdos, se cultivaron relaciones y, sí, en algunos casos hasta se les dio inicio en una pantalla. Ahora que los beneficios de la diplomacia digital son bien conocidos, también lo son sus limitaciones. Lo mismo se aplica a la diplomacia tradicional en persona, cuyas virtudes han sido revalorizadas después de un largo año de abstinencia del cara a cara pero, al mismo tiempo, algunas de sus debilidades prácticas se hicieron más evidentes conforme los patrones del siglo XXI.

La diplomacia digital llegó para quedarse y es una muy buena noticia porque se amalgama pacíficamente con la interacción y relacionamiento cara a cara. Pasado el pico de audiencia de la digitalización durante la pandemia, llegó el momento de que los diplomáticos logren el mejor equilibrio posible entre los dos mundos: virtualidad y presencialidad. Pero hay que ser optimistas porque están más que familiarizados con el concepto de equilibrio de poder y tienen hoy más herramientas para decidir cuál de esos dos mundos debe ceder más y cuándo. Con ambos mundos en armonía y justa proporción, el futuro es la diplomacia híbrida.

About
Gerry Diaz Bartolome
:
Gerry Diaz Bartolome is an Argentine career diplomat. Until recently, he served as Deputy Chief of Mission, Embassy of Argentina in the United States; previously, at Argentina's Permanent Mission to the United Nations in New York.
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¿Diplomacia Híbrida de la Post Pandemia? En Justa Proporción

Photo by Adobe Stock

June 30, 2021

La diplomacia en persona está volviendo a la normalidad, al mezclarse con la virtualidad impuesta por la pandemia. Esto es algo bueno, pero hay acalorados debates sobre si ambos mundos coexistirán y cómo.

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ashington DC y muchas capitales del mundo se están reabriendo al público al ritmo de los caprichos de las estaciones del año y de lo que algunos analistas describen como la geopolítica de la "diplomacia de las vacunas". Tras meses de confinamiento y con muchas lecciones aprendidas, la llamada nueva normalidad se va abriendo camino gradualmente mientras la luz al final del largo -demasiado largo- túnel se hace cada vez más palpable. Y la diplomacia, sin dudas una de las profesiones más afectadas por la pandemia, está volviendo también al centro de atención.

To read this article in English, click here.

Líderes mundiales, funcionarios, diplomáticos, representantes de la sociedad civil y del sector privado están regresando a la escena mundial, la mayoría de ellos sin barbijos, para conversar e interactuar nuevamente cara a cara con una gratificante sensación de recuperación y, sí, entusiasmo. La Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, no podría haberlo expresado mejor cuando concluyó, después del primer viaje oficial del presidente Biden al extranjero, que "no hay nada que pueda reemplazar a la diplomacia en persona".

Por supuesto, el ritmo es más lento y las expectativas proporcionalmente más altas en otros rincones del mundo que aún esperan la inmunización masiva y mejores climas, pero el hecho es que la diplomacia presencial está volviendo a la normalidad, de manera lenta pero constante, mientras coexiste con la virtualidad impuesta por la pandemia durante los meses de confinamiento.

La diplomacia híbrida es el neologismo recientemente acuñado para definir a esta nueva combinación de virtualidad y diplomacia en persona, aunque su carácter reciente no impide acalorados debates sobre si ambos mundos coexistirán y cómo lo harán.

Gran parte de esta controversia convivencial se relaciona con el efecto devastador de la pandemia en la diplomacia. El activo más preciado de la diplomacia, una disciplina esencialmente cara a cara, le fue arrebatado por el COVID-19: la dimensión humana para establecer relaciones en persona y, con ello, la confianza y empatía necesarias para construir los puentes entre sociedades para los cuales los diplomáticos están formados y tienen la misión de fomentar.

Cuando la pandemia golpeaba con mayor fuerza, los diplomáticos se vieron obligados a recurrir masivamente a las herramientas digitales, en muchos casos explorando esas herramientas por primera vez y, sin darse cuenta, promoviendo la aceleración de la diplomacia digital como nunca antes. La diplomacia no sólo tuvo que adaptarse sino resistir, al mismo tiempo que concentraba toda su energía en la salud, la ciencia y la tecnología como temas prioritarios para resolver el flagelo mundial, bilateral y multilateralmente. A pesar de las limitaciones iniciales, la digitalización demostró ser un medio oportuno y disponible para facilitar la interacción, ya sea bajo los auspicios de la OMS, OPS, G20 y todo otro foro que pasó a llamar, con sensatez, la atención sobre la necesidad de trabajar juntos contra el COVID-19.

A lo largo del proceso que va de la adaptación a la adopción, la pandemia enseñó muchas lecciones a los diplomáticos. La virtualidad resultó ser una herramienta útil, después de todo. Las cancillerías, las embajadas y los propios diplomáticos están de acuerdo, en general, acerca de sus méritos, a pesar de alguna reacción adversa inicial (no me atrevería a llamarla "desprecio", sin embargo) centrada principalmente en las limitaciones que imponía tener que trabajar en un mundo en pantallas.

La mayoría de los diplomáticos coincidía antes como lo hace ahora en que es realmente difícil iniciar una relación en línea, "leer la sala", transmitir ciertos mensajes reservados en una pantalla con cuadritos en forma de mosaico (más allá de funciones de chat privado) o tener la valiosa oportunidad de "hacer una pausa de cinco minutos” para sumergirse en el sofá de la sala contigua y explicarle a su colega los verdaderos límites de su posición y que dicho colega describirá más tarde a sus autoridades como las “líneas rojas” en la negociación en juego.

Sin embargo, al mismo tiempo, todos concuerdan en los “efectos colaterales” positivos que deparó la pandemia, como la posibilidad de sumar a más personas a la conversación (siempre que resulte necesario, incluidos funcionarios desde sus capitales, debidamente informados con antelación). La virtualidad también les permitió resolver con rapidez los detalles técnicos o preliminares de una reunión durante encuentros en línea que habrían durado años de haberlo hecho en persona. Y también ayuda a los diplomáticos a continuar conversando mientras esperan que tenga lugar esa reunión de alto nivel que será la cereza del postre que corone -con suerte, de manera presencial- tantos esfuerzos realizados en pantalla y fuera de ella.

Los beneficios de la virtualidad también son muchos en materia de diplomacia pública, es decir, aquella parte de la labor diplomática que no está dirigida a contrapartes oficiales sino a las sociedades con las que los diplomáticos también dialogan virtualmente para promover lo mejor de su cultura nacional, su turismo, el comercio y todo otro campo bendecido por el “poder blando” sus países. Además de haber migrado festivales de cine a formatos digitales y muestras de arte a plataformas virtuales interactivas, algunas embajadas hasta se aventuraron a realizar degustaciones de vino en vivo y en línea, luego de horas de trabajo preparatorio y coordinación extrema para poder asegurar que los clientes potenciales se sumaran a la hora indicada a la misma pantalla en que los esperaba un productor de vino, conectado desde su viñedo en las tierras del Malbec argentino, mientras distribuidores locales ayudaban a los participantes a saborear digitalmente las virtudes de los elixires que estaban probando en sus casas y que habían recibido por correo con debida anticipación, por supuesto.

La diplomacia pública ofrece un terreno muy fértil para los formatos virtuales ahora que los diplomáticos están mejor equipados digitalmente, tanto que hasta la Inteligencia Artificial y la Realidad Aumentada ya no son campos "inexplorados" en algunos ministerios de relaciones exteriores más familiarizados con el desarrollo tecnológico. Un creciente número de diplomáticos de todos los rangos se ha sumado a las redes sociales, ahora que las reglas y los protocolos de uso son más claros y los beneficios más palpables que nunca. De hecho, como coincide gran parte de los debates académicos, el uso de las redes sociales resultó clave en la asistencia consular durante la pandemia, permitiendo a los diplomáticos no sólo mantener informadas a las comunidades las 24 horas del día sino, en algunos casos, ayudarlas directamente a través de mensajes automatizados y chatbots que se combinaron con la interacción humana.

Aun a riesgo de controversia, la acelerada digitalización durante el pico de la pandemia también ha convencido a muchos escépticos de que el uso de la tecnología en la diplomacia no se vincula tanto con una cuestión generacional sino, más bien, con una brecha institucional o tecnológica relacionada con la existencia de una cultura de innovación dentro de las filas de la diplomacia. No solo los jóvenes profesionales sino los diplomáticos más experimentados tienen perfiles públicos en redes sociales; todos dialogan con sus contrapartes oficiales así como con las sociedades en las que viven temporalmente. Los diplomáticos de más alto rango han estado "migrando" hacia la diplomacia digital en estos últimos años, para recurrir a las categorías que estableciera Marc Prensky sobre el relacionamiento con la tecnología, al mismo tiempo que nacían nuevas generaciones de “nativos digitales” que, ya hoy embajadores, no tuvieron necesidad de enfrentar experiencias transfronterizas digitales.

La diplomacia pudo sobrevivir al confinamiento impuesto por la pandemia y tiene una deuda de gratitud con la digitalización. La migración a la virtualidad permitió que la maquinaria diplomática siguiera en funcionamiento, aun cuando algunas prácticas y ritos no estuvieran completamente a gusto. La conversación siguió fluyendo, se alcanzaron acuerdos, se cultivaron relaciones y, sí, en algunos casos hasta se les dio inicio en una pantalla. Ahora que los beneficios de la diplomacia digital son bien conocidos, también lo son sus limitaciones. Lo mismo se aplica a la diplomacia tradicional en persona, cuyas virtudes han sido revalorizadas después de un largo año de abstinencia del cara a cara pero, al mismo tiempo, algunas de sus debilidades prácticas se hicieron más evidentes conforme los patrones del siglo XXI.

La diplomacia digital llegó para quedarse y es una muy buena noticia porque se amalgama pacíficamente con la interacción y relacionamiento cara a cara. Pasado el pico de audiencia de la digitalización durante la pandemia, llegó el momento de que los diplomáticos logren el mejor equilibrio posible entre los dos mundos: virtualidad y presencialidad. Pero hay que ser optimistas porque están más que familiarizados con el concepto de equilibrio de poder y tienen hoy más herramientas para decidir cuál de esos dos mundos debe ceder más y cuándo. Con ambos mundos en armonía y justa proporción, el futuro es la diplomacia híbrida.

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Gerry Diaz Bartolome
:
Gerry Diaz Bartolome is an Argentine career diplomat. Until recently, he served as Deputy Chief of Mission, Embassy of Argentina in the United States; previously, at Argentina's Permanent Mission to the United Nations in New York.
The views presented in this article are the author’s own and do not necessarily represent the views of any other organization.